Todas las enseñanzas búdicas tienen su origen en la experiencia de Buddha Sâkyamuni (siglos VI-V a. C.). Ahora bien, todos los libros santos que narran la vida de este gran maestro espiritual, insisten en un hecho capital: con las fuerzas de su propia naturaleza, sin ninguna ayuda sobrenatural, es como llegó a Buddha, «Despierto».
El poema de Asvaghosha sobre la vida de Buddha (Buddha-Carita), dice, por ejemplo:
«Acompañado de su sola resolución y fijo el espíritu en la obtención del Perfecto Conocimiento, se dirigió hacia la raíz de un pipal(, un lugar donde la superficie del suelo estaba cubierta de hierba fresca.
Entonces se sentó en el mismo suelo en una postura firme e inquebrantable; cerró sus miembros en una unidad compacta, a la manera de la capucha de una cobra dormida; exclamó: “No abandonaré esta posición en tierra hasta que haya alcanzado mi objetivo último.”
Así es cómo el Santo, sobre su asiento de hierba, en la raíz del árbol y sumergido en la meditación, alcanzó al fin, con su propio esfuerzo, el Perfecto Conocimiento.»
Si Sâkyamuni alcanzó, con las fuerzas de su propia naturaleza, el Despertar, puede decirse que éste se halla contenido en las posibilidades mismas de nuestro espíritu.
La tradición primitiva expresa esta idea cuando afirma la existencia de otros Buddha. Todas las escuelas conocen varios Buddha humanos y terrestres. Los libros enumeran sus nombres. La lista más antigua menciona así ocho Buddha, el último de los cuales, Maitreya, debe aparecer al final de nuestro período cósmico.
Según los libros sagrados del Gran Vehículo, lo que se ha realizado en nuestra tierra tiene su correspondencia en todas las regiones del vasto universo. Hay, pues, innumerables Buddha, «(tan numerosos como las arenas del Ganges», «más numerosos que las motas de polvo que cubren la tierra». Entre los Buddha que residen en el Oeste se menciona a Amitâbha, el mismo de que hablan los «Tres Sûtra» de la Tierra Pura.
Al enumerar los diversos Buddha, los libros de todas las escuelas insisten siempre en un hecho: todos los Buddha efectúan radicalmente la misma experiencia: nacidos tras larga maduración a través de innumerables existencias, terminan por sentarse bajo el Árbol del Despertar, «ponen en movimiento la Rueda de la Ley», alcanzan en su muerte el gran Nirvâna final. Además, todos tienen las mismas perfecciones y los mismos poderes. Todos están dotados de las excelentes características y de los signos físicos del Gran Hombre.
Se deduce de estas consideraciones la noción de una Budidad ideal que todos los Buddha manifiestan igualmente. Definida como Despertar (Bodhi), como «Extinción del Sufrimiento» (Nirvâna), esta perfección es denominada «Cuerpo de la Ley» (Dharmakâya).
Se le da este nombre porque constituye la esencia misma de la Ley, o Dharma, enseñada por todos los Buddha. En sí, es inasequible e indescriptible: sólo los Buddha completamente realizados la conocen y la pueden revelar, porque son los únicos que, por definición, hacen de ella su experiencia. El Cuerpo de la Ley no debe ser considerado como una divinidad, como una especie de Ser Supremo que se encarnara en todos los Buddha, sino como la liberación en su íntima esencia, tal como ellos la realizan y manifiestan.
Es, pues, a través de un ser liberado, un Buddha de rasgos humanos, como la humanidad puede engendrar en ella el Pensamiento del Despertar (Bodhicitta), la resolución de alcanzar la liberación.
Los textos repiten constantemente cuán importante es encontrar a un Buddha, ver a un Buddha. Pero al mismo tiempo subrayan cuán difícil es conseguirlo. Los Buddha son raros y no permanecen visibles por mucho tiempo: pronto se absorben en la plenitud inefable del gran Nirvâna final.
El «Gran Sûtra» se inscribe desde el principio en esta línea de pensamiento:
«Durante infinitos centenares de millones de períodos cósmicos, es difícil encontrar, es difícil ver a un Buddha. Tan difícil como ver florecer la higuera Udumbara. »
El «Sûtra de la Contemplación» se expresa en el mismo sentido. Cuando la reina Vaidehî se encuentra prisionera, exclama: «Hoy estoy abrumada por la tristeza, y me resulta extremadamente penoso no tener ya la posibilidad de ver al Venerado del Mundo.»
En seguida se le aparece Buddha y le muestra al Buddha Amitâbha y a sus dos asistentes; exclama entonces la reina: «¡Venerado del Mundo! Yo, ahora, por el poder de Buddha, he logrado ver al Buddha de la Vida Infinita, así como a los dos Bodhisattva. Dime ahora cómo podrán hacer, en el futuro, todos los seres vivos para contemplar al Buddha de la Vida Infinita así como a los dos Bodhisattva.»
A lo que Buddha responde: «Aquel que desee contemplar a este Buddha debe primero concentrar su pensamiento y representarse, en el suelo formado por las siete joyas, una flor de loto… Cuando se haya visto esto, hay que meditar en Buddha.»
A través de estos textos y otros muchos parecidos, puede verse cómo se dibuja la evolución del pensamiento.
Cuando Sâkyamuni está presente, los seres toman refugio en su forma visible. Cuando está ausente, meditan en él y sus perfecciones. No por azar, en la base de todo el sistema búdico de cultura mental se encuentra un grupo de seis o diez «Reminiscencias» (Amusmriti), la primera de las cuales es la meditación sobre Buddha.
Sin embargo, esta meditación no se refiere a la personalidad física de Sâkyamuni, sino a la Budidad misma, es decir, en el Cuerpo de la Ley, tanto revelando el ideal supremo del hombre, como oculto misteriosamente, en estado de germen, en su corazón.
Desde este punto de vista, la figura de Sâkyamuni pierde importancia. Dada la identidad fundamental de todos los Buddha, la meditación en cualquiera de ellos, terrestre o extraterrestre, humano o ideal, puede conducir a la experiencia del Cuerpo de la Ley.
Si nos referimos al «Sûtra de la Contemplación», se ve que la meditación sobre Amitâbha no tiene otro significado:
«Hay que meditar en el Buddha de la Vida Infinita.
¿Y por qué?
El Cuerpo de todos los Buddha Tathâgata pertenece al “Plano de la Ley” que penetra enteramente el corazón de todos los seres vivos. Por eso, cuando meditáis sobre Buddha en vuestro corazón, vuestro corazón no es sino uno con los treinta y dos signos de excelencia y las ochenta características.
El corazón es lo que se convierte en Buddha, el corazón es lo que es Buddha.
El océano del Omniconocimiento de todos los Buddha nace de la meditación del corazón. Esta es la razón por la que, con un corazón unificado, hay que fijar el propio pensamiento sólo en la contemplación de este Buddha, que es Tathâgata, Santo, perfectamente Despierto».
Extraido de:
La Dctrina Budida de la Tierra Pura
Jean Eracle
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