EL RENACIMIENTO EN EL «SÛTRA DE AMIDA»
El sabor único de todas las enseñanzas búdicas es el de la liberación. Los «Tres
Sûtra» no predican otra cosa. Sin embargo, en ellos la liberación toma el aspecto de
renacimiento en la Tierra de la Suprema Felicidad.
Renacer en la Tierra de Pureza se revela, pues, como el punto central de los «Tres
Sûtra». La causa de este renacimiento constituye su cuestión fundamental. Cada uno de
ellos responde a esta cuestión a su manera, si bien sus diferentes respuestas se muestran
complementarias.
Escuchemos en primer lugar lo que dice el «Sûtra de Amida»:
«Sâriputra, no puede nacerse en esta Tierra mediante raíces de bien o virtudes de poca importancia.
Sâriputra, si hijos o hijas de bien oyen hablar del Buddha Amida y guardan su Nombre durante un día, o dos, o tres, o cuatro, o cinco, o seis, o siete días, con un corazón
unificado y sin agitación, en el momento de su muerte el Buddha Amida aparecerá ante
ellos con toda la multitud de Santos. En el momento de morir su corazón no desfallecerá: al punto, obtendrán el renacimiento en la Tierra de la Suprema Felicidad del Buddha
Amida.
Sâriputra, he dado esta enseñanza porque he visto el efecto y la causa. Todos los seres vivos que la escuchen deben emitir su voto de renacer en esa Tierra.»
Como se ve, la respuesta es simple: hay una causa, hay un efecto.
El efecto es el renacimiento. Al morir se tiene acceso al plano de consciencia sin
apegos que es el de los Buddha. Otro efecto, que «el corazón no desfallecerá» ante la
muerte próxima; dicho de otro modo, que la muerte será tranquila y confiada.
La causa, es la guarda en el corazón del Nombre de Amida. Guardar el Nombre es
pensar en Buddha como supremo ideal de vida. Pensar en Buddha cristaliza en la recitación del Nombre. Hay que resaltar, a este respecto, que esta recitación se realiza en calma y con confianza, «con un corazón unificado y sin agitación». La mención de los días
hasta siete, sugiere que esta práctica debe ser algo duradero, incluso de continuo, que el
recuerdo de Buddha sirva como telón de fondo a todas las actividades de la vida.
El final del citado pasaje añade, a la invocación confiada del Nombre, otro elemento:
«el voto de renacer en esa Tierra». Recitar el Nombre de Amida carece de significado si
no se está resuelto a tener acceso al plano de consciencia que la Tierra Pura simboliza.
El Sûtra subraya, en otro lugar, la eficacia de este voto:
«Sâriputra, si hay seres que, en el pasado, han emitido el voto de renacer en la Tierra
del Buddha Amida, lo emiten ahora o lo emiten en el porvenir, todos ellos alcanzarán,
sin nunca más retornar, el Supremo y Perfecto Despertar. Han nacido en esa Tierra en el
pasado, nacen en ella ahora o nacerán en el porvenir.»
El conjunto de la práctica deriva evidentemente de la fe que se tenga en este Sûtra.
Esta fe es una disposición interior muy importante, punto sobre el que insiste el Sûtra de
manera muy solemne. Todos los Buddha de las diversas regiones del espacio invitan a
los seres a creer en esta enseñanza; por todas partes resuena su voz diciendo: «Vosotros
también, multitud de vivientes, desarrollad en vosotros la fe en este Sûtra que alaba las
virtudes inconcebibles del Buddha Amida protegido y proclamado por todos los
Buddha.»
Creer en el Sûtra, es colocado al mismo nivel que guardar el Nombre de Amida.
«Sâriputra, si hijos o hijas de bien oyen hablar de este Sûtra, lo reciben y lo guardan,
así como el Nombre anunciado por todos los Buddha, esos hijos o esas hijas de bien
serán protegidos y alabados por todos los Buddha. Todos ellos alcanzarán, sin nunca
más retornar, el Supremo y Perfecto Despertar.»
Creer en el «Sûtra de Amida», efectuar el voto de renacer en la Tierra Pura y guardar con confianza en el corazón el Nombre de Amida: esa es la vía de liberación que
este Sûtra enseña.
EL RENACIMIENTO EN EL «SÛTRA DE LA CONTEMPLACIÓN»
En el «Sútra de la Contemplación», la vía que conduce al renacimiento está descrita
a lo largo de las dieciséis Contemplaciones que forman la parte central del texto. Estas
Contemplaciones constituyen un sistema completo de meditación. Su temas son los siguientes:
1. Sobre el Sol.
2. Sobre el Agua.
3. Sobre el Suelo.
4. Sobre los Árboles.
5. Sobre el Agua del Mérito.
6. Vista grosera de la Tierra de la Suprema Felicidad.
7. Sobre el Asiento del Loto.
8. Sobre las Imágenes.
9. Sobre las formas corporales de todos los Buddha.
10. Sobre la forma corporal del Bodhisattva Avalokitesvara.
11. Sobre la forma corporal del Bodhisattva Mahâsthâmaprâpta.
12. La Contemplación perfecta.
13. La Contemplación resumida.
14. Sobre la Clase Superior de Renacimiento.
15. Sobre la Clase Intermedia de Renacimiento.
16. Sobre la Clase Inferior de Renacimiento.
Dos grupos son discernibles en esta serie. Las trece primeras meditaciones presentan
el aspecto de verdaderos ejercicios, mientras que las tres últimas se parecen más bien a
reflexiones doctrinales.
Cuando se emprende la lectura de estas meditaciones, de entrada cabe regocijarse
por la facilidad de los ejercicios propuestos, descritos con toda clase de detalles:
«Vueltos hacia el Oeste, sentaos con el cuerpo recto y dirigid la atención hacia la
contemplación del sol. Forzad a vuestro corazón a permanecer ahí con solidez. Pensad
únicamente en eso, sin divagar. Representaos al sol poniente como un tambor suspendido. Una vez hayáis terminado de representaros al sol, seréis capaces de verlo claramente, tengáis los ojos abiertos o cerrados… Cuando lo hayáis conseguido, representaos al
agua. Durante esta meditación, ved a un gran océano ocupar por completo la dirección
occidental. Ved el agua como si fuera clara y límpida. Debe ser claramente visible. No
dejéis que vuestro pensamiento divague…»
Por fáciles que puedan parecer estos ejercicios, si se continúa su lectura pronto se
caerá en la cuenta de que, poco a poco, van siendo imposibles de realizar.
Tomemos, por ejemplo, la séptima Contemplación:
«Aquel que desee contemplar a este Buddha, en primer lugar debe concentrar su
pensamiento y representarse, en el suelo compuesto por siete joyas, una flor de loto.
Cada pétalo de esta flor de loto tiene el color de cien joyas. Posee ochenta y cuatro mil
nervaduras que parecen haber sido dibujadas por los dioses. Cada nervadura emite
ochenta y cuatro mil rayos de luz que permiten distinguirlas todas con claridad. Los
pétalos de loto pequeños cubren una extensión de ciento cincuenta Yojana. ¡Y la flor de
loto posee ochenta y cuatro mil pétalos! Cada pétalo está adornado con cien millones de
perlas Mani que lo hacen resplandecer. Cada perla emite un millar de rayos de luz. Estos
rayos de luz forman como un parasol compuesto de las siete joyas y que recubre la tierra
entera…»
El texto sigue enumerando otros despliegues extraordinarios: el pericarpio del loto,
preciosos pendones, perlas en número infinito lanzando innumerables rayos…
Leyendo, se está tentado de pensar con toda naturalidad que estas indicaciones no
deben tomarse al pie de la letra. ¡Quien así lo crea deberá desengañarse! Añade Buddha:
«En esta meditación, se debe contemplar cada pétalo, cada perla, cada rayo de luz, el
pericarpio entero y cada pendón de una manera tan clara y diferenciada como si se mirase el propio rostro en un espejo.»
Repetidas veces, en otros lugares, insiste el texto en la fidelidad a las indicaciones
dadas: «Contemplar de este modo se llama contemplación correcta. Contemplar de otra
manera se llama contemplación errónea.»
Hay incluso un lugar donde puede leerse esta sorprendente frase: «Todo ello deberá
ser conforme a los Sûtra. Si no es conforme, es lo que se llama una meditación mentirosa. Si es conforme, es lo que se llama la visión grosera de la Tierra de la Suprema Felicidad.»
Todo ocurre como si el Sûtra quisiera desalentar a los lectores. Por una parte, espejea, seductor, ante su espíritu las maravillas de la Tierra Pura en términos que muestran su inefable trascendencia y los incita a querer renacer allí, pero, por otra parte, presenta
medios perfectamente inaccesibles. Bella es la Tierra de la Suprema Felicidad, pero el
camino que conduce a ella es imposible de recorrer.
En la decimotercera Contemplación, que es como la síntesis de las precedentes, se
avanza discretamente una explicación: «El Cuerpo sin límites del Buddha de la Vida
Infinita no puede ser alcanzado con el poder del corazón de un hombre ordinario. Si
bien, por el poder de los antiguos votos de este Tathâgata, aquellos que piensen en él
conseguirán necesariamente el objetivo. Incluso pensando en la imagen del Buddha se
obtiene una felicidad sin medida. ¡Cuánto más, entonces, contemplando los signos de su
Cuerpo entero!»
Las meditaciones, tal como están descritas, son realmente imposibles. ¿Y por qué?
Porque nuestro corazón es mundano. Sin embargo, existe un remedio: pensar en el
Buddha de la Vida Infinita. El simple recuerdo de su imagen es ya benéfico. ¿Y por
qué? Porque al inicio de su camino espiritual ese Buddha formuló grandes votos para la
liberación de todos los seres. Lo cual constituye una alusión más que evidente a los cuarenta y ocho Votos Originales contenidos en el «Gran Sûtra».
El pasaje que acabamos de citar anuncia ya lo que más adelante formará el corazón,
la esencia del «Sûtra de la Contemplación»: la Vía maravillosa inventada por Buddha,
en su gran compasión, para liberar a los seres. No todo está, pues, dicho aún. Antes de
que así sea, es necesario que el lector sea preparado por una nueva purificación.
Las tres últimas meditaciones no son, en efecto, más que reflexiones sobre aquellos
que renacerán en la Tierra Pura. Se trata de una manera literaria de mostrar qué condiciones son necesarias para alcanzar la liberación.
Condiciones que se muestran, a continuación, muy exigentes. Júzguese por el pasaje
siguiente, que abre la decimocuarta Contemplación:
«Hay tres clases de seres que nacen en la dirección occidental. He aquí los que nacen
en la categoría superior: si hay seres vivos que deseen nacer en esa Tierra, que produzcan tres tipos de corazón y nacerán en ella. ¿Cuáles son esos tres corazones? Primero,
un corazón perfectamente sincero; segundo, un corazón profundo; tercero, un corazón
que dedique todos sus méritos emitiendo el voto de ir a nacer a esa Tierra.
Además, hay tres tipos de seres vivos que consiguen ir a nacer allá. ¿Cuáles son?
Primero, los que, con un corazón lleno de amor, se abstienen de matar y observan todos
los preceptos. Segundo, los que estudian el conjunto de los Sûtra desarrollados del Gran
Vehículo; tercero, los que desarrollan las “Seis Reminiscencias” y dedican sus méritos
emitiendo el voto de nacer en la Tierra de este Buddha»
Que nadie se engañe: lo que aquí está enunciado implica la totalidad de la Ley búdica: la perfección de la moralidad, el conocimiento perfecto y la cultura mental. Aunque el texto parezca disociar estos tres terrenos atribuyéndolos a personas diferentes, no
puede existir duda al respecto: los que entran en la primera categoría, la más elevada de
quienes nacen en la Tierra Pura, se conforman perfectamente a la enseñanza de Buddha.
Al leer esto, el lector, con toda naturalidad piensa: este no es mi caso, veamos lo que
sigue. Y recorre poco a poco todas las categorías. Hay, en efecto, nueve categorías de
seres que van a nacer a la Tierra de la Suprema Felicidad. Están agrupadas de tres en
tres y dispuestas en orden decreciente. Las tres primeras reúnen a los seres que siguen
más o menos bien los principios del Gran Vehículo. Las tres siguientes parecen referirse
a seres que, con la esperanza de renacer en la Tierra Pura, se entregan a las prácticas del
Pequeño Vehículo. En estas categorías el acento está puesto en la moralidad. Las tres
últimas, al contrario, conciernen a los pecadores.
Si es franco consigo mismo, el lector cae en la cuenta de que, más bien, pertenece a
estas últimas clases, las de los seres incapaces de observar las reglas de moralidad, de
entregarse a profundos estudios y a largas meditaciones. Ahora bien, esto es precisamente lo más bello del Sûtra: los pecadores también pueden renacer en la Tierra Pura.
Es entonces cuando se descubre el maravilloso medio adaptado a todos. El final de la
decimosexta Contemplación es particularmente conmovedor:
«Quizá hay seres vivos que, a causa de un mal Karma, hayan cometido todo lo que
no está bien: las cinco faltas imperdonables y las diez malvadas acciones. Así, esos seres estúpidos, por su mal Karma, deben caer en las vías malas y pasar en ellas, normalmente, numerosos períodos cósmicos soportando penas interminables.
Pero he aquí que esos seres estúpidos, en el momento de morir, encuentran a un
buen maestro que les trae toda suerte de apaciguamientos, le expone la Ley Maravillosa
y les enseña a meditar en este Buddha.
Pero esos seres, en su angustia, son incapaces de meditar en este Buddha.
Este excelente amigo les dice: “Si no puedes meditar en este Buddha, es necesario
tomar refugio en el Buddha de la Vida Infinita.”
Así es como, con un corazón sincero, repiten hasta diez veces: “¡Reverencia al
Buddha Amida!”
Por la repetición en su corazón del Nombre de Buddha, borran las faltas cometidas
en el ciclo del nacimiento y la muerte durante ocho mil millones de períodos cósmicos.
En el momento de morir, ven un loto de oro semejante al sol detenerse ante ellos. En el
espacio de un pensamiento, logran así renacer en la Tierra de la Suprema Felicidad.»
Puede ahora comprenderse que la cúspide del «Sûtra de la Contemplación» resida en
la invocación del Nombre de Buddha. Todo el despliegue de imágenes, todos los consejos espirituales, todas las reflexiones tenían como objetivo conducir poco a poco al lector hasta este único mensaje: aquel que invoca con confianza el Nombre del Buddha Amida, incluso sí es un ser miserable en su lecho de muerte, renace en la Tierra de la
Suprema Felicidad. Lo cual significa lo mismo que decir que alcanza el Nirvâna y se
convierte en Buddha.
Es lo que el Sûtra afirma en su conclusión:
«Con sólo oír el Nombre de Buddha y el de los dos Bodhisattva, hijos o hijas de bien
borran las faltas cometidas en el ciclo del renacimiento y la muerte durante períodos
cósmicos innumerables. ¡Cuánto más, entonces, si se acuerdan de Buddha y piensan en
él! ... Se aposentarán en la terraza del Despertar y renacerán en la morada de todos los
Buddha... Porfiad en guardar mis palabras. Ahora bien, guardar mis palabras es guardar
el Nombre del Buddha de la Vida Infinita.»
EL RENACIMIENTO EN EL «GRAN SÛTRA»
Varios de los Grandes Votos del Buddha Amitâbha tienen por objeto el renacimiento
en la Tierra de la Suprema Felicidad. De entre ellos, el más importante es el decimoctavo. Su formulación es simple, pero contiene todo. Este voto no es, por lo demás, disociable del precedente, que conviene en consecuencia citar junto a él:
«Si, llegado a Buddha, todos los Buddha sin número de los mundos de las diez direcciones no predican ni alaban completamente mi Nombre, no quiero Perfecto Despertar»
«Si, llegado a Buddha, todos los seres vivos en las diez direcciones que, de todo corazón se regocijan con la fe y desean renacer en mi Tierra, no renacen en ella, incluso
con sólo diez pensamientos, no quiero Perfecto Despertar.»
El Voto decimoséptimo proclama el elemento fundamental de la Vía de la Tierra Pura. Este elemento fundamental es el Nombre del Buddha. Todos los Buddha, en efecto,
predican el Nombre de Amitâbha en virtud de la identidad profunda de todos los
Buddha en el Cuerpo de la Ley. El Nombre de Amitâbha es como el símbolo, como el
resumen de la Ley única y maravillosa enseñada por todos los Buddha. Consecuentemente, basta pensar en Amitâbha y pronunciar su Nombre en comunión con todos ellos
para entrar en su presencia y tener acceso a su plano de consciencia. Esta armonía profunda que el Nombre de Amitâbha establece entre aquel que lo pronuncia y todos los
Buddha, es subrayada por el Voto 45.°:
«Si llego a Buddha, todos los Bodhisattva de los mundos de las demás direcciones
que escuchen mi Nombre obtendrán el Samâdhi donde todo se ve de modo ecuánime;
permaneciendo en ese Samâdhi, alcanzarán el estado de Buddha y verán constantemente
a todos los Tathâgata innumerables e indescriptibles; si no es así, no quiero Perfecto
Despertar.»
El Voto decimoséptimo podría dejar creer que la Vía de la Tierra Pura consiste en
una especie de Yoga de la repetición (Japa-Yoga) como el del Hinduismo o, incluso,
como el de otras escuelas búdicas. De hecho, no es nada de eso. El Voto decimoctavo
está destinado, en efecto a precisar el sentido de la invocación del Nombre.
De entrada, no se trata de una pronunciación del Nombre, sino del «Pensamiento de
Buddha» (Nembutsu), no siendo el Nombre más que, como si dijéramos, una cristalización.
Después, no se dice que deba repetirse ese Nombre millares de veces con vistas a
crear un cierto estado de concentración, sino, al contrario, algunos pensamientos bastan.
El texto habla de «sólo diez pensamientos». Esto significa, en terminología budista, que
es suficiente pensar en Buddha el tiempo de diez respiraciones, es decir, durante un muy
corto período de tiempo.
En fin, el Voto decimoctavo pone el acento en la actitud interior que debe acompañar al «Pensamiento». El texto insiste en la intensidad: es «de todo corazón» o, según
otra manera de traducir, «con un corazón sincero» como los seres empiezan a creer y a
desear el renacimiento.
La actitud espiritual está definida como «gozo de la fe» y «deseo de renacimiento».
Hemos visto que el deseo de renacimiento no es otra cosa que la aspiración a la suprema felicidad de la liberación: desear renacer en la Tierra Pura es lo mismo que querer
convertirse en Buddha para salvar a todos los seres.
El «gozo de la fe» indica una especie de júbilo. Resulta de la convicción de que la
vía enseñada por el Sûtra conduce necesariamente a la meta.
En otro lugar, el Sûtra describe los diversos momentos de la fe perfecta:
«Dijo Buddha a Maitreya: “Aquel que tiene la suerte de oír el Nombre de este
Buddha, empieza a exultar de gozo y alcanza así la unidad de pensamiento, sabe que ese
hombre sacará de ello un gran provecho. Ten en cuenta que está colmado de cualidades
insuperables. Por eso, oh Maitreya, incluso si los tres mil grandes millares de mundos
son invadidos por el fuego, tú debes recorrerlos para escuchar este Sûtra, regocijarte,
creer gozosamente en él, recibirlo, guardarlo, leerlo, recitarlo y practicar lo que enseña.
¿Y por qué? Porque hay Bodhisattva que aspiran a escuchar este Sûtra, pero sin lograrlo. Si seres vivos, pues, lo escuchan, realizarán así la Vía Suprema sin desviarse ya nunca más de ella. He aquí por qué es con un corazón exclusivo cómo debéis creer en este
Sûtra, guardarlo, comprenderlo, recitarlo y practicar lo que enseña”.»
La práctica, es decir, el «Pensamiento de Buddha», la «guarda de su Nombre», no es
sino el resultado de todo un proceso psicológico desencadenado por la audición del
Sûtra. Este proceso comprende cinco momentos: audición del Sûtra, júbilo suscitado
por esa audición, fe gozosa aparecida espontáneamente en medio de ese júbilo, profundización en la doctrina y, finalmente, práctica del Nembutsu.
Por su simplicidad, la vía que enseña el «Gran Sûtra» parece verdaderamente la más
adecuada para la gran mayoría. A causa de ello, este Sûtra y, en particular el Voto decimoctavo, que es como su culminación, son considerados la más perfecta expresión de la Gran Compasión que quiere liberar a todos los seres, incluidos los más miserables, y
de la Gran Sabiduría que encuentra los medios eficaces para alcanzar tan noble objetivo.
Enfocado desde esta perspectiva, el Voto decimoctavo termina de una manera que
puede sorprender. El texto contiene una cláusula de alcance netamente restrictivo:
«No hablo de quienes cometen las cinco faltas imperdonables o maldicen de la Buena Ley.»
Las cinco faltas imperdonables o, para ser más exacto, las cinco faltas «de retribución inmediata», son tan graves que, normalmente, deberían desencadenar la caída instantánea en los tormentos infernales. Consisten en matar al padre, matar a la madre, matar a un Santo, herir a un Buddha y en dividir a la Comunidad de monjes.
El Voto decimoctavo parece, pues, excluir a los que cometen tales acciones.
Los comentadores desde siempre han reflexionado sobre esta extraña cláusula.
Llaman la atención sobre el hecho de que esta frase no puede verdaderamente excluir a los grandes pecadores de la salvación universal, ya que el «Sûtra de la Contemplación», que también se refiere al «Gran Sûtra» y menciona los cuarenta y ocho Votos,
afirma explícitamente lo contrarío, sin pronunciarse, es cierto, sobre «los que maldicen
de la Buena Ley».
Por lo demás, una exclusión así se opondría al espíritu de la Gran Compasión de
Buddha, de la que los Votos Originales de Amitâbha no son sino la expresión.
En efecto, Buddha no se permite juzgar a los seres, y menos aún condenarlos: sólo
intenta liberarlos. Toda su enseñanza, ya lo hemos visto, tiene un solo objetivo: la liberación de todos los seres. Su compasión sin límites se aplica incansablemente a salvar a todos los que sufren, sean quienes fueren, y precisamente a los más miserables, es decir, a los seres que soportan el Karma más pesado. Teniendo esto en cuenta, no se puede considerar como exclusivo el final del Voto decimoctavo.
Los comentadores ven más bien en esta frase una especie de advertencia, un medio
de prevenir un error grosero de interpretación.
Si se admite que la Vía de la Tierra Pura ha brotado del amor de compasión «que
abarca a todos los seres y no abandona a nadie», un espíritu estúpido puede sentirse
fuertemente atraído por la tentación de querer justamente volverse miserable para beneficiarse de la promesa de los Votos Originales. Para impedir este error habría sido pronunciada la cláusula del Voto decimoctavo. El Tannishô, obra fundamental de la Escuela Verdadera de la Tierra Pura (Jôdo-Shinshû), cuenta una anécdota que puede servir de
comentario a esta cláusula:
«Había una vez un hombre que, falseado su espíritu por ideas subversivas, pretendía
querer producir un Karma para nacer en la Tierra Pura haciendo intencionadamente el
mal, puesto que el Voto tiene por objeto salvar a los malvados. Divulgadas tales fechorías, nuestro Señor Shinran escribió en una carta: “No se debe querer un veneno aunque
exista un antídoto correspondiente”.»
Los Votos Originales subrayan la importancia de la fe. Fe que debe ser absolutamente pura, desnuda de dudas de toda especie. Cabe entonces preguntarse lo que ocurre con
aquellos que no llegan a poner toda su confianza en el Voto decimoctavo y que, en consecuencia, experimentan la necesidad de añadir al Nembutsu toda clase de prácticas fundadas en la noción del mérito personal.
El «Gran Sûtra» aporta igualmente una respuesta a esta cuestión, ya que los Votos
decimonoveno y vigésimo se aplican justamente a este tipo de seres:
«Si, llegado a Buddha, todos los seres vivos en las diez direcciones declaran la dedicación de todos sus méritos con miras a alcanzar el Despertar y, de todo corazón, emiten
el voto de renacer en mi Tierra; si en el momento de su muerte no aparezco ante ellos
rodeado de una multitud de asistentes, no quiero Perfecto Despertar.»
«Si, llegado a Buddha, todos los seres vivos en las diez direcciones que, al oír mi
nombre, dirigen su pensamiento hacia mi Tierra, cultivan la Fuente de todas las Virtudes
y, de todo corazón, desarrollan el deseo de renacer en mi Tierra, no obtienen este efecto,
no quiero Perfecto Despertar.»
Según estos dos Votos, los seres que cultivan las virtudes con vistas a adquirir méritos que les permitan renacer en la Tierra Pura, tendrán acceso necesariamente al Mundo
de la Suprema Felicidad.
En otro pasaje, el Sûtra establece, sin embargo, una distinción entre aquellos que
tienen una fe perfecta en la vía que él enseña y aquellos que, llenos de dudas al respecto,
se creen obligados a añadirle toda suerte de prácticas meritorias. Si los primeros renacen
en la Tierra Pura en el corazón de un loto abierto, los otros permanecen prisioneros de
su propia duda en el interior de un capullo herméticamente cerrado. Este estado «intermedio» es como el límite de la Tierra Pura, lo que los textos llaman la «Región Alejada», el «Palacio de la Duda», el «Nacimiento del Embrión», etc. Sólo cuando todas las
dudas están disipadas y la fe perfecta se dilata, se ve realizada la Gran Serenidad de la
Tierra de la Suprema Felicidad.
«Dijo Buddha a Maitreya: “Si seres vivos que tienen dudas en su corazón y cultivan
todas las virtudes con el fin de renacer en esta Tierra, si ponen en duda todas las Sabidurías, a saber: la Sabiduría Imperecedera de Buddha, la Sabiduría Impensable, la Sabiduría Innumerable, la Vasta Sabiduría del Gran Vehículo, la Sabiduría Inigualable, Incomparable, Suprema y Excelente, si, además, se aferran a la idea de pecado y virtud, cultivan las raíces del bien con el fin de renacer en esta Tierra, todos esos seres vivos renacerán en ese “Palacio” y pasarán en él quinientos años sin ver a Buddha ni oír la doctrina
de los Sûtra, sin ver a los Bodhisattva ni oír la voz de los Santos”.
“Si seres vivos, por el contrario, tienen una fe pura en la Sabiduría de Buddha y en
todas las demás hasta la Sabiduría Excelente, siendo la causa de todas las cualidades el
corazón lleno de fe y orientado hacia el renacimiento, esos seres vivos renacerán con
completa naturalidad en medio de una flor de siete joyas en la que estarán sentados; al
punto, en un instante, obtendrán los mismos signos corporales, la misma irradiación
luminosa, la misma sabiduría y las mismas cualidades de todos los Bodhisattva”»
Extraído de: "Doctrina Búdica de la Tierra Pura"
Jean Eracle
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