LOS «TRES SÛTRAS» Y EL BUDISMO FUNDAMENTAL
La doctrina de los «Tres Sûtra» se apoya por completo en las grandes intuiciones fundamentales del Budismo, así como en su profundo análisis del contenido de la mente.
Esto se manifiesta con gran claridad en el hecho de que estos libros repiten y recuerdan constantemente, con formas variadas, los principales puntos de la enseñanza de Buddha.
Cuando, por ejemplo, el «Sûtra de Amida» describe las aves que aparecen milagrosamente en la Tierra de la Suprema Felicidad, precisa: «Todas estas bandadas de aves, seis veces por día y seis veces, por noche, emiten delicados y armoniosos cantos. Estos cantos se acuerdan para proclamar las Cinco Facultades, las Cinco Fuerzas, las Siete Partes del Despertar, las Ocho Divisiones del Noble Sendero y otras doctrinas semejantes. En esta Tierra, todos los seres vivos que escuchan esos cantos, empiezan a pensar en Buddha, a pensar en la Ley, a pensar en la Comunidad.»
En su introducción, el «Sûtra de la Contemplación» recuerda los principios de la vía búdica según el Gran Vehículo:
«Aquellos que desean renacer en la Tierra occidental de la Felicidad deben practicar tres actividades benéficas:
primero, deben respetar y cuidar de sus padres, servir a sus maestros, tener un corazón lleno de amor, no matar y practicar las diez buenas acciones;
segundo, deben tomar refugio en las Tres Joyas (Buddha, Ley, Comunidad), guardar todos los preceptos y no violar las reglas de la buena conducta;
tercero, deben producir el Pensamiento del Despertar, creer profundamente en la Ley de Causa-y-efecto, estudiar los escritos del Gran Vehículo y animar a los demás a progresar.
Eso es lo que se llaman las acciones puras… ¿No sabes ahora que estas tres clases de acciones son las acciones puras y correctas de todos los Buddha de los tres tiempos, del pasado, del presente y del porvenir?»
En otra parte, describiendo los estanques que adornan la Tierra de la Suprema Felicidad, el mismo texto añade:
«En cada estanque hay sesenta miríadas de flores de loto compuestas de siete joyas. Cada flor de loto es perfectamente redonda y se extiende sobre doce Yojana. Agua preciosa fluye entre las flores, brotando en surtidor de sus tallos. Su murmullo es delicado y maravilloso: canta la doctrina del sufrimiento, de la vacuidad, de la impermanencia, del no-yo y todas las perfecciones. Además, celebra los signos de excelencia de todos los Buddha.»
El «Gran Sûtra» también evoca a menudo los principios y prácticas de la más pura tradición búdica. Al describir el comportamiento de Dharmâkara, el futuro Buddha Amitâbha, durante el tiempo que siguió a su resolución de alcanzar el Supremo Despertar, no hace sino describir el ideal de todo budista:
«Durante centenares de millones de períodos cósmicos inconcebibles, acumuló y fijó las virtudes sin medida de un Bodhisattva.
No nacían en él ni la conciencia del deseo, ni la conciencia de la cólera, ni la conciencia de la maldad. En él no brotaban ni el pensamiento del deseo, ni el pensamiento de la cólera ni el pensamiento de la maldad.
No tenía la noción de una forma, de un sonido, de un olor, de un sabor, de un contacto, de un pensamiento.
Su paciencia era inalterable. Ningún sufrimiento lo afectaba. Teniendo pocos deseos, sabía contentarse. Ni la insatisfacción ni la necedad lo manchaban.
Estando en continua meditación, permanecía sosegado y su sabiduría era sin trabas.
No profería palabras vanas ni engañosas. Tenía un corazón tierno, un semblante sonriente y un lenguaje amable. Cuando se le preguntaba, contestaba siempre de la mejor manera.
Era intrépido y noble, cumpliendo sus votos sin cansarse. Siempre en búsqueda de la Ley pura, empleaba su saber en volver felices a todos los seres.
Veneraba las Tres Joyas y servía a sus maestros. Se adornaba con los grandes ornamentos de las prácticas suficientes y proporcionó así la fuerza a todos los seres para alcanzar la perfección.
Permanecía en la experiencia del Vacío, de lo Sin-forma y del No-deseo. Al practicar el No-actuar y el No-esfuerzo, consideraba todas las cosas como inconsistentes…»
LA RUEDA DE LA IMPERMANENCIA
Por no ser separables los «Tres Sûtra» de la Ley búdica en su conjunto, es a través de ella cómo conviene explicarlos.
En la base del Budismo se halla la comprobación del mundo del sufrimiento. Así lo mostró Buddha claramente en su primer discurso en el Parque de las Gacelas de Benarés: «Esta es, oh monjes, la Noble Verdad sobre el Sufrimiento: el nacimiento es sufrimiento, la vejez es sufrimiento, la unión con lo que odiamos es sufrimiento, la separación de lo que amamos es sufrimiento, no obtener lo que deseamos es sufrimiento. En resumen, las cinco clases de objeto del apego son sufrimiento.»
Si se examina este enunciado, nos damos cuenta de que no hace más que traducir una intuición más profunda: la de la impermanencia universal.
Esto proviene de una extrema penetración de la realidad.
Mirando atentamente el mundo exterior y todo cuanto contiene, observando el ámbito interior del espíritu, se comprueba que nada permanece, sino que todo cambia continuamente. Y este cambio se produce de una manera cíclica. Una cosa nace, crece, declina y después muere. Muerte que, a su vez, entraña un nuevo nacimiento y así sucesivamente. Sea cual fuere la interpretación que se pueda dar del hecho, puede decirse que cada uno de los seres representa como un eslabón dentro de una larga serie de existencias. Esto se verifica en todo: los objetos se desgastan, los vivos decaen, los pensamientos y los caracteres cambian, los mundos evolucionan, etc., revelando constantemente nuevas formas.
A este ciclo de nacimientos y de muertes que arrastra a todos los seres, se le llama Samsâra. Con toda naturalidad está simbolizado por una rueda que gira sin parar.
El Samsâra es el terreno de la dualidad. Todo en él está compuesto por pares de opuestos: nacimiento y muerte, salud y enfermedad, afirmación y negación, claro y oscuro, bien y mal, puro e impuro, etc. Lo que es tanto como decir que se trata del dominio de la universal relatividad, un mundo donde los seres son opacos unos para otros. Es también un universo de condicionamientos y de sufrimientos. En él los seres no se encuentran libres, porque constantemente sufren tanto los estados de su propia naturaleza como las múltiples influencias impuestas por la vida. La causa es que se aferran a lo que muere y desaparece, intentan apoderarse de lo que no está a su alcance y rechazan la realidad tal y como se presenta ante ellos.
EL JUEGO DE LAS CAUSAS Y DE LOS EFECTOS
Una observación en profundidad del mundo de la impermanencia permite descubrir que todo se hace y deshace conforme a leyes.
En el plano moral, la vida de los seres se regula por la Ley de Causa-y-efecto, también llamada Ley del Karma, es decir, del Acto.
Según esta Ley, todo acto, independientemente de los efectos que pueda provocar en el orden de la causalidad material, deja necesariamente huellas buenas o malas en aquel mismo que actúa. En otros términos, todo acto que realizamos, en bien o en mal, no sólo nos acarreará ciertas consecuencias materiales agradables o desagradables, sino que también nos vuelve diferentes de lo que éramos antes. Imprime en nosotros una profunda marca que va a influir, incluso sin saberlo, tanto en la visión que podamos tener de las cosas como en nuestro comportamiento futuro.
Somos la creación de todo nuestro pasado y, aun cuando actualmente nos creemos libres, estamos condicionados en todos nuestros pensamientos y en todas nuestras acciones.
Donde quiera que se manifiesta un efecto, necesariamente debemos admitir una causa del mismo orden. En virtud de esta Ley es como el Budismo, considerando que los elementos que componen nuestra naturaleza física están originados por causas materiales, concluye que todos los que forman nuestra vida espiritual se inscriben en una corriente de consciencia anterior a nuestra concepción. Es más, admite que nuestra naturaleza física y todas las circunstancias que rodean nuestro nacimiento y nuestro desarrollo: herencia, educación, familia, condición social, etc., corresponden a vínculos particulares que fueron anudados en el curso de un pasado incalculable.
Es a estos principios a los que, en el «Sûtra de la Contemplación», la reina Vaidehî, prisionera de su propio hijo, alude en su dolor:
«¡Venerado del Mundo! ¿Por qué antigua falta me ha nacido este malvado hijo? Y, además, Venerado del Mundo, ¿por qué y cómo he llegado a ser pariente de Devadatta? Ansío, Venerado del Mundo, que me reveles claramente un lugar libre de sufrimiento y de tribulaciones. Allí deseo ir a renacer.»
Si la Ley de Causa-y-efecto permite explicar nuestra presente condición, también permita definir una regla de conducta para el porvenir. Efectivamente, de la misma manera que resulta del pasado lo que actualmente somos, lo que realizamos ahora es determinante para nuestra evolución futura. Luego, es necesario plantar ahora las raíces del bien y abstenemos de las malas acciones.
Los preceptos búdicos (no matar, no robar, no mentir, etc.) que confluyen con los mandamientos de las diversas religiones, no expresan una voluntad superior y divina, sino que, únicamente, indican al hombre cuáles son los actos que, en los planos del cuerpo, de la palabra y del espíritu, dejan malas huellas y cuáles son los que favorecen la paz y la felicidad.
Toda la moral búdica deja, por tanto, plenamente al hombre el cuidado de tomar sus responsabilidades y de decidir por sí mismo, en la medida de su naturaleza y de sus conocimientos, lo que debe realizar y lo que debe evitar.
LOS PRINCIPIOS DE LA LIBERACIÓN
El objetivo de la vía búdica consiste en «salirse de los sufrimientos y tribulaciones». Esto no puede llevarse a cabo rechazando la realidad tal como se presenta, ni buscando incansablemente toda clase de bienes, espirituales tanto como materiales, sino cambiando la propia manera de ver las cosas y encontrando la actitud justa frente a la existencia.
Esta actitud es esencialmente aceptación de la realidad y no-apego a los fenómenos, es decir, lo que el «Gran Sûtra» llama «la experiencia del Vacío, de lo Sin-forma y del No-deseo». Produce un sentimiento de profunda libertad espiritual, que el mismo libro define como «No-actuar» y «No-esfuerzo».
La mayor parte de las personas están cegadas por las actividades y los deseos que llenan su vida y piensan que el no-apego budista vuelve al hombre parecido a un leño sin sensibilidad y le impide saborear la existencia. Lo cual es radicalmente falso. Cuando se es libre y sin apego en el corazón, es cuando se es feliz y cuando verdaderamente se pueden apreciar, sin resabio, todas las maravillas de la vida. Los placeres y las agitaciones que llenan el pensamiento de la gente son, en realidad, inconsistentes y vanos. Es el vacío del no-apego lo que es realmente plenitud. Por lo demás, en estas comprobaciones, como veremos, se fundamenta la distinción entre los mundos impuros donde sufren los seres y la Tierra de Pureza, que es la propia felicidad del Buddha «cristalizado».
En consecuencia, lo esencial de la práctica del Budismo es una cultura mental. Si el hombre sufre, es porque su espíritu funciona mal o, como dice el «Sûtra de la Contemplación», porque su espíritu «está enfermo y es grosero». Se dice que el hombre está sumergido en la ignorancia (Avidyâ), porque no sabe disponer sus pensamientos. Cuando disipa esta errónea manera de ver, se dice que se despierta y se convierte en Buddha, es decir, «Despierto», «Iluminado».
El estado de profunda paz espiritual resultante de esta nueva manera de ver se llama Nirvâna, «Extinción del sufrimiento». Se trata de una experiencia permanente situada más allá de la afirmación y de la negación, del deseo y de la repulsión, del bien y del mal. Por consiguiente, es lo contrario del Samsâra, ya que trasciende toda dualidad. Sin embargo, no es diferente de él en el sentido de que constituye una experiencia propia de seres vivos.
El Nirvâna ha sido generalmente descrito en términos negativos, porque todos los términos que nuestra mente inventa se oponen a su negación y son, por tanto, prisioneros de la dualidad. Algunos textos, sin embargo, hablan de él en términos positivos y lo definen como un estado que perdura, una unidad interior, una felicidad sin límites, una pureza incorruptible.
En él, todos los determinismos que provienen del Karma, se suprimen. En él, todos los obstáculos y todos los lazos, desaparecen. Es no-apego y plenitud, la feliz coronación de toda vida.
Este es el contexto en que se inserta la filosofía de los «Tres Sûtra». Filosofía que puede reducirse a tres elementos principales que serán el objeto de los capítulos siguientes: el Buddha Amitâbha y sus Votos Originales; la Tierra de la Suprema Felicidad; y, finalmente, la práctica del Nembutsu.
Extraido de:
La Doctrina Budica e la Tierra Pura
Jean Eracle
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